Abraham Nudelstejer • columnista

Te propongo participar en una corta encuesta para determinar que tan valiente eres y saber si el dolor físico es un factor determinante para pedir unos días de descanso en tu trabajo.

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Contesta las siguientes preguntas con absoluta honestidad para obtener resultados reales:

Pregunta 1

¿Qué harías si tuvieras piedras en uno de tus riñones y el dolor te tuviera al borde de la locura?

A: Iría a trabajar

B: Me quedaría en casa a ver si el dolor desparece por sí solo

C: Iría a una consulta médica lo antes posible

Pregunta 2

¿Qué harías si sufrieras un golpe en la cabeza que te ocasionara una severa conmoción cerebral?

A: Iría a trabajar

B: Me quedaría en casa ver si me siento mejor

C: Iría a una consulta médica lo antes posible

Pregunta 3

¿Qué harías si vas en la calle y por pisar mal te rompes el ligamento de una rodilla?

A: Iría a trabajar

B: Me quedaría en casa ver si el dolor desparece por sí solo

C: Iría a una consulta médica lo antes posible

Si todas las respuestas a las preguntas anteriores fueron A quiere decir que tu personalidad se ajusta a una de estas tres descripciones:

1. Masoquista

2. Insensible

3. Jugador profesional de futbol americano

No conozco a ningún abogado, maestro, oficinista, periodista, policía, etcétera, que se presente a trabajar unos minutos después de haberse roto los ligamentos de una rodilla, de sufrir una conmoción cerebral o que esté a punto de sufrir el terrible dolor de pasar piedras a través de las vías urinarias.

Los únicos seres humanos que se presentan a trabajar con ese tipo de lastimaduras, lesiones o problemas físicos son los jugadores profesionales de futbol americano.

Desde temprana edad, los que practican el deporte de la tacleadas son sometidos a un meticuloso lavado de cerebro para convencerlos que son los Superman de la vida real.

"Tienes que aprender a jugar con dolor".

"Solo los débiles se dan por vencidos".

"Éste es un juego de hombres, no de niñas".

Son algunas frases que entrenadores de las ligas infantiles, escuelas, universidades y equipos profesionales utilizan para apoderarse sicológicamente de sus jugadores.

Esta filosofía de "aprender a jugar con dolor" es lo que separa a los gladiadores de los emparrillados de cualquier atleta de otro deporte.

Los jugadores de futbol americano son una especie de maniacos a los que el dolor no los asusta ni los detiene.

Siguiendo la vieja escuela instaurada por los maestros de este deporte, los soldados de la NFL no abandonan la trinchera a menos que los saquen en ambulancia.

Lo que me llama mucho la atención es el contraste que existe entre los jugadores de futbol americano y los de soccer, como le dicen al deporte del balompié aquí en los Estados Unidos.

Los futbolistas, esos que se pasan la vida pateando un balón, son tan frágiles como un barco de papel en medio de una tempestad.

A los especialistas del soccer les da un calambre en la cancha y parece que están acostados en una cama llena de clavos ardientes.

Se tiran al césped como si hubieran sido fulminados por un rayo, se retuercen en el pasto, se ponen las manos en el rostro, aprietan la quijada, exclaman gritos de dolor y de inmediato piden ser sustituidos.

Mientras los jugadores de la NFL son hombres de acero que juegan con ligamentos rotos, conmociones cerebrales y piedras en los riñones, los futbolistas son muñecas de porcelana que a las primeras de cambio se rompen.