¿En qué se parecen un taxista de Tijuana y un oficial del Departamento de Aduanas e Inmigración de los Estados Unidos?

En que los dos son déspotas, prepotentes y capaces de romper la armonía y diversión de un puñado de aficionados al futbol.

El viernes 2 de septiembre tuve la oportunidad de viajar en el autobús que transportó a 30 aficionados de la ciudad de Los Ángeles a Tijuana para asistir al partido entre los Xolos y las Chivas de Tijuana en el Estadio Caliente.

El ambiente dentro del autobús fue excelente: porras, chistes, risas, en fin, una fiesta que solamente un partido de futbol puede proporcionar.

La llegada al estadio fue fluida y cómoda, los aficionados tenían ganas de divertirse viendo un juego de Primera División.

En la mente de los viajeros no existía el miedo a las balas que hace tres semanas sembraron el pánico en el estadio de Torreón.

La situación del Casino Royale en Monterrey nunca estuvo a discusión durante el viaje.

Las leyendas negras del crimen organizado que envuelven a Tijuana quedaron a un lado, de lo único que se hablaba era de la emoción de poder ver a los Xolos y al equipo más popular de México, las Chivas.

Al terminar el encuentro, todos regresamos al autobús y en el camino a alguien se le ocurrió preguntar: ¿Quieren que nos paremos a comer tacos?

La respuesta fue unánime: ¡siiiií... siiiií... ta-cos, ta-cos, ta-cos!, fue la consigna de los fanáticos que disfrutaron un gran partido de futbol y que querían seguir deleitándose con las cosas buenas de Tijuana.

Después de despacharnos tacos de asada, adobada y hongos, regresamos al camión para enfilarnos a la garita de San Ysidro.

En una avenida cercana a la taquería, un taxista se acercó demasiado al autobús y las láminas de ambos vehículos friccionaron.

El taxista aceleró su carro y se adelantó al camión para bloquear su paso.

"Mil pesos o no me muevo", dijo el taxista, quien por una hora nos obstruyó el acceso.

El incidente terminó cuando el chofer del autobús y el coordinador del tour, decidieron darle al extorsionista 80 dólares para dejarnos ir.

El ambiente dentro del camión no cambió: las bromas y los chistes siguieron pero un pasajero no se aguantó las ganas de comentar: "Era demasiada belleza para ser realidad".

El autobús se puso en marcha y por fin llegó a la garita de San Ysidro en donde todos debimos bajar para presentar nuestros documentos que nos permiten ingresar legalmente a Estados Unidos.

Dentro del edificio que atiende el paso de peatones de México a California, había decenas de aficionados que habían asistido al partido de futbol.

Algunos vestían la playera de las Chivas y otros la de los Xolos.

Dentro de nuestro grupo había un aficionado al que se le ocurrió ir al estadio disfrazado del Chapulín Colorado, o como dice él: del "Xapulín Xolorado", por aquello de ser aficionado de los Xolos.

Al ver al singular personaje, los presentes en las instalaciones del Servicio de Inmigración empezaron a gritar: ¡Chapulín... una foto... Chapulín...!

Siguiendo con el buen ambiente que se había armado en los cuarteles de la migra, el Xapulín Xolorado aprovechó el momento para comenzar a gritar: "¡Xo-los, Xo-los, Xo-los!"

Los aficionados del Guadalajara le respondieron de inmediato: "¡Chivas, Chivas, Chivas!"

Aquel alboroto sano y divertido fue interrumpido por el grito amargado de un oficial de inmigración.

¡No están en su casa, si siguen gritando voy a cerrar todas las líneas y aquí se van a quedar sin poder pasar a Estados Unidos!", vociferó el oficial en tono hitleriano.

Ante tal amenaza, todo mundo guardó silencio y el ambiente de fiesta se terminó.

Una vez de regreso en el autobús, el buen ambiente revivió y eso me hizo pensar que el futbol es mucho más grande que la extorsión de un taxista y la amargura e intolerancia de un agente de inmigración.

Abraham Nudelstejer es columnista de Enlace, el semanario en español de San Diego Union Tribune. editorial@mienlace.com