Cartas para el Javier Valdez

Javier Valdez fue un periodista reconocido por darle voz a las victimas del narco y acreedor al prestigioso Premio Maria Moors Cabot, de la Universidad de Columbia en Nueva York, y del Premio Internacional de la Libertad de Prensa del Comité Internacional para la Protección de Periodistas. Fue asesinado el año pasado por la mafia. Esta es la primera de una serie de cartas que le escribe Alejandro Almazán, también periodista y escritor de la serie El Chapo, de Netflix.

Junio 27, 2017

Carnal: disculpa que no haya podido escribirte desde el día de tu funeral. Lo intenté en el Guayabo, adonde entré para abrazar al Zurdo, ese pinche viejo lépero que tanto te echa de menos.

Lo intenté en el hotel, en el avión, en el taxi que me regresó a casa, en mi cama, en el parque, el lunes, el martes, el sábado, a finales de mayo, a principios de este mes, a la hora de la comida. No pude. Alejo, una de mis personalidades que no alcancé a presentarte, tiene fama de aprensivo. Él fue, desde sus miedos, quien me convenció que evadir tu muerte era el camino más conveniente —y a la vez el acto más cobarde— para atemperar la pena, ahuyentar la tiricia y reanudar la vida que ya no lo es tanto desde que nos faltas.

En lugar de haberme hecho de güevos para mirar las fotografías que te tomaron tendido a media calle, en vez de llorarte, Alejo y yo acordamos que te habían nacido alas y que habías volado como un cometa para encontrarte con los detectives salvajes y que sabe cuándo volverías.

Mastiqué la idea de buscarte en mi cabeza hacia principios de septiembre, cuando tú y yo pisemos casa ajena —el paraninfo de la Universidad de Guadalajara—, pero ayer Griselda me escribió y quiere sentarme junto al John Gibler, la Marcela Turati, tu editor (el César Ramos), el Juan Veledíaz y otros que te conocieron bien para contarles a lo que no te conocieron quién eras. Es un homenaje que te organiza el Comité de Protección a Periodistas. Y como a la Gris no puedo negarle nada, aquí estoy frente a la página en blanco, con el alma magullada, afrontando lo sucedido: te mataron, bato, te mataron.

Hace poco más de un año, el medio día del 15 de mayo, unos sicarios pendejos te dispararon en doce ocasiones y a tu manada la dejaron malherida y encabronada. Quienes te queremos nos indigna que el cobarde que ordenó matar al periodista más valiente se siga saliendo con la suya.

Nos duele hasta en los huesos que no estés para abrazarnos ni para decirnos lo que no nos hemos dicho en todo este tiempo. A mí me haría bien escuchar tus consejos de hermano grande; me alegraría que pudieras contarme, con tu voz de leche bronca, alguna de tus historias y que, más tarde, cuando fuéramos a cenar unos tacos de asada allá por donde queda el periódico Debate, soltaras una de tus carcajadas y ésta reptara por las personas.

Echo de menos tus pinches ocurrencias (¡Se-gu-ri-dad!, gritabas en el Guayabo, en la redacción de Ríodoce y en donde uno menos lo esperaba, como sucedió una vez a mitad de la presentación de un libro). Recuerdo tus chistes desvergonzados que me hacían reír apenas empezabas a contarlos y también extraño tus berrinches, como ese día en Puebla que olvidaste tu mochila y perdiste el vuelo a Culiacán; tan encabronado estabas que cuando mandaste todo a la verga se nos hizo que eso quedaba lejísimos.

Me hace falta, también, recordarte —por mensaje o por teléfono— que te quiero y que por aquí vendré cada vez que tu recuerdo despunte en mi cabeza.

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