Joe Biden es comparable a una imagen colgada en la pared, dentro de la sala de un museo que todos ignoran. Nadie niega su importancia, pero sí su influencia. Es un orador sin público o al que nadie escucha. Su carencia como autoridad se ve reflejada en la seguridad de su rival político más próximo: Donald Trump.

El pasado viernes, con el fallo del caso Roe v Wade, sufrió un duro golpe autoritario. En su discurso posterior a la decisión de la corte que ilegaliza el aborto bajo cualquier circunstancia, el Presidente Biden lamentó que se haya despojado a la mujer la libertad de decidir sobre su cuerpo, al mismo tiempo que lamentó que médicos puedan ser penalizados solo por cumplir con su deber. Sin embargo, a pesar de la elocuencia de sus redactores, lo que resonó en los medios de comunicación y alteró a las masas, fueron las declaraciones del ex presidente de los Estados Unidos, cuando compadeció frente a los medios diciendo que había sido decisión de Dios el fallo en contra del aborto.

Posteriormente, aseguró que el fallo contra la legalización fue posible por todas las promesas cumplidas durante su mandato. Una forma de decir que sus decisiones como presidente, se cumplen a pesar de Joe Biden. Una decisión a nivel nacional, que somete la vida de millones de personas, bajo las promesas de campaña dirigidas a un sector delimitado de la población. Trump ha hecho bien - por lo menos mejor que el actual presidente- su labor dentro del poder jurídico y mediático. Ha armado un corpus político conservador que defenderán los intereses ideológicos por encima de sus ciudadanos. Joe Biden está al frente de los Estados Unidos, pero las decisiones las sigue tomando el partido contrario, representado por la imagen mediática de Donald Trump.

El panorama no pinta ser favorable. Los conflictos a nivel mundial, la pandemia todavía vigente, las amenazantes crisis económicas, fruto de los anteriores conflictos y sumando a todos estos, su complicada relación con el resto de países del continente Americano, han amurallado al actual presidente de los Estados Unidos.

Del otro lado de la moneda, a pesar de los escándalos que rodean a Trump, su popularidad y su posibilidad de volver a la Casa Blanca en las próximas elecciones, siguen teniendo fuerza. Un gran sector de la población norteamericana, todavía se identifica con él. El populismo de Trump, a pesar de ser elemental y pobre, es lo suficientemente incendiario y polarizante como para que el sector de la población norteamericana, se sume a su causa.

A estos hechos escandalosos, agregaría su relación con el gobierno de México, con quien se ensalza cada vez que necesita reafirmar su fuerza como líder. La relación de Biden con el actual presidente de México, López Obrador, ha sido una relación complicada. Esto, claro está, no juega bien para nadie, salvo para Trump, quien además de ofender a diestra y siniestra a México, se jacta de haber doblado al mandatario mexicano para acceder a las demandas del país del norte. Biden, por otro lado, no ha tenido el mismo resultado. El drama producido por las Cumbres de América ejemplifica lo anterior.

De momento, Trump ha ganado dos batallas sociales. La ya mencionada sobre el aborto, y la que refiere al uso y acceso libre de armas, que paradójica y tradicionalmente, generan constantes muertes. Dos contradicciones del partido conservador: la libre disposición de defender la vida amenazando con un arma, otras vidas; y la anulación del aborto, en un supuesto estado por defender la vida.